¿Biblioteca de aula o biblioteca escolar? (Primera parte)
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Introducción
Uno de los defectos que tiene la escuela es embarcarse en infructuosos
e inútiles debates que no sólo no la ayudan a avanzar sino que suponen un
insalvable lastre porque reabren heridas que paralizan cualquier dinámica
renovadora. Una de esas ficticias controversias consiste en contraponer
biblioteca escolar y biblioteca de aula como si de dos entes irreconciliables
e incompatibles se tratara. Como trataremos de demostrar, ambas tipologías
bibliotecarias no sólo son perfectamente compatibles sino imprescindibles la
una para la otra porque complementan sus funciones y subsanan sus carencias.
¿Incompatibilidad,
complementariedad…?
A estas alturas del debate parece incuestionable que todo centro educativo no universitario debe contar con
una biblioteca entendida como centro de recursos multimedia al servicio
de la comunidad escolar, plenamente integrado en los proyectos educativo y
curricular del centro y que fomente métodos activos de enseñanza y
aprendizaje.
Lamentablemente la realidad viene una vez más a desmentir a la teoría
y por eso podemos afirmar, compungidos, que en la inmensa mayoría de nuestras
escuelas e institutos el tipo de biblioteca existente dista mucho
de dicho modelo. Esta es una de las aparentes causas de que en muchos
centros la creación y mantenimiento de la biblioteca de aula sean un
medio de esconder la carencia institucional de la biblioteca escolar porque
permite un importante ahorro de recursos económicos, didácticos y humanos. Lo
cual anega las posibilidades de solución, porque las administraciones se
escudan en la existencia de estas bibliotecas de aula para eludir su
obligación de dotar a los centros de bibliotecas centrales.
Desde un punto de vista
pedagógico podemos argumentar que la biblioteca
de aulapermite una mayor proximidad de los materiales de lectura y una
respuesta más inmediata a las posibles consultas o dudas de los estudiantes.
Los materiales son más
adecuados a su edad, nivel de lectura e intereses. Pero en realidad
los alumnos sólo acceden a este rincón de lectura cuando terminan sus
otras tareas y no leen para sí mismos sino para el maestro.
En la biblioteca escolar el niño adquiere
mayor autonomía en su aprendizaje, redobla su responsabilidad, optimiza los
recursos y descubre que no sólo puede aprender de su maestro y sus iguales
sino también del contacto con los otros miembros de la comunidad escolar con
los que entra en contacto en la biblioteca escolar. Pero el principal y
milagroso descubrimiento que el niño hace allí es que ante él se abre un
universo infinito de posibles fuentes de aprendizaje y disfrute. El libro de
texto se convierte en un minúsculo escaparate para el conocimiento y queda
sepultado por los otros soportes en los que se transmite el saber: libros
documentales, obras de referencia y consulta, revistas, anuarios,
enciclopedias en cederrón…
La biblioteca de aula puede ser una
magnífica sucursal de la biblioteca escolar y su funcionamiento puede ser
autónomo, en absoluto subordinado. Lejos de someterse al dominio de la
biblioteca del centro, la biblioteca de aula «se aprovecha» de ella, la
«utiliza» exprimiéndola en su propio interés. Los recursos generales
circularán de un modo óptimo adecuándose a las necesidades reales de los
usuarios.
Pero el aprovechamiento didáctico de los recursos materiales que se
realiza dentro de cada aula es incompleto y si nos quedáramos en él
estaríamos cercando la formación integral de nuestros alumnos porque sólo
desde una biblioteca escolar dinámica, viva y bien dotada el niño podrá
realizar tareas de investigación, manejo de la información y elaboración de
nuevos conocimientos y, por extensión, nuevos contenidos culturales. En el
aula el niño aprende lo que el profesor y el libro de texto le enseñan. En la
biblioteca escolar el estudiante construye su saber y su itinerario de
lecturas.
Si realizamos el análisis desde la
perspectiva de la formación de lectores y escritores,volvemos a
concluir que la labor de las bibliotecas de aula y la biblioteca escolar es
complementaria (como lo ha de ser también con la biblioteca pública) y ha de
ser coordinada porque de ese modo estaremos ampliando la utilidad que el
propio niño asignará a la lectura: no sólo la vinculará con el disfrute personal
y el aprendizaje sino también con la resolución de todo tipo de problemas
prácticos: manejo de aparatos, localización de información laboral,
enriquecimiento de su ocio, etc.
Si la única experiencia bibliotecaria que tiene el niño dentro de la escuela
es la de su biblioteca de aula es lógico que asocie lectura con trabajo
escolar, porque dentro de la didáctica que se desarrolla dentro del aula la
mayoría de los contactos que tiene el niño con los libros tiene carácter
curricular; se deja poco espacio para la lectura libre, espontánea y sin
pedir nada a cambio. El niño lee cuando el maestro quiere o/y lo que el
maestro tiene a bien ofrecerle. El adulto es el poseedor del conocimiento e
incluso de la literatura.
Cuando el estudiante da el salto hacia la biblioteca escolar se abre
ante él un inabarcable mundo de nuevas fuentes de información, conocimiento y
libertad, sencillamente porque se le da la posibilidad de elegir. Esta
inmersión debe ser progresiva y cuidadosamente mediada para que el niño no se
sienta abrumado y caiga en el desánimo que produce una oferta insuperable.
Por eso es tan importante diseñar un plan riguroso y progresivo de formación
de usuarios desde el que poder orientar al niño e irle dotando de las
estrategias intelectuales, prácticas y didácticas necesarias para ser poco a
poco el director de su aprendizaje y su experiencia lectora y cultural.
Desde la biblioteca escolar el estudiante pierde la sensación de que
está obligado a leer, aunque en algunas ocasiones lo estará. Si a todas las
experiencias de lectura que tenga el niño desde ese momento –no sólo a las
llamadas «de animación a la lectura»– se las barniza con un aroma creativo y
lúdico –lo cual no quiere decir ni cómodo ni sencillo–, su formación lectora
será más sólida y a la larga más útil para su propio desarrollo.
El maestro y el bibliotecario tendrán que orientar y mediar, sí, pero también habrán de estar
dispuestos a hacer mutis por el foro, a perder protagonismo y a favorecer el
«bis a bis» íntimo entre el niño y el libro.
No podemos olvidar una magnífica virtud que puede tener la biblioteca
del aula si está encabezada por un maestro comprometido y amante de sus
alumnos: desde ella, apoyándose en la cercanía y en el clima afectuoso y
confiado que crece más fácil y firmemente en un grupo humano que convive
diariamente, el maestro podrá compartir su propia pasión por la lectura y dar
de leer y dejarse empapar con las lecturas de los estudiantes. Se hará
presente la dicha de la lectura de cercanía, esa «lectura de regazo en la que
juegan un papel imprescindible los sentimientos.
Rafael Rueda (1) resume las
diferencias y semejanzas entre la biblioteca de aula y la biblioteca escolar
con este cuadro:
José Quintanal (2) lo ve de esta otra manera:
Este texto es una colaboración de Kepa Osoro
(1) RUEDA, R. (1998): Bibliotecas escolares. Guía para el profesorado
de Educación Primaria. Madrid, Narcea.
(2) QUINTANAL, J. (2005): La animación lectora en el aula. Madrid, CCS. |
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viernes, 31 de marzo de 2017
Biblioteca escolar y biblioteca del aula. Rafael Rueda
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